¿Cómo llegamos al Dios en el que creemos?

Creo que el saber como llegamos al Dios en el que creemos es importante...

Bastián Ángel

5/9/20254 min read

Dios interviene en la historia, pero ¿cómo?

Imagínate estar lejos de casa, en un país extraño, rodeado de gente que habla otro idioma, come cosas raras y adora a otros dioses. Así estaban los israelitas en Babilonia, en pleno siglo VI a.C., después de que Jerusalén fuera destruida. Los babilonios no solo se llevaron sus tesoros, también a su gente. Pero no los querían como turistas, sino como esclavos y exiliados. Y ahí empezó la presión para que olvidaran quiénes eran.

Les cambiaron los nombres por otros que honraban a dioses babilónicos, les dieron comida prohibida por sus leyes, y además trataron de enseñarles una nueva forma de ver el mundo. Una cosmovisión completamente distinta. Entre esas ideas estaba el Enuma Elish, una especie de “mito oficial” de cómo comenzó todo. En esa historia, los dioses pelean entre ellos como si fuera una serie llena de traiciones, gritos y golpes. Y de una de esas peleas, sale el mundo. Básicamente, el universo nace del caos, la muerte y la destrucción.

Pero los israelitas no se quedaron de brazos cruzados. Ellos también tenían historias sobre el origen, más antiguas, que venían de distintas tradiciones. Y en ese momento difícil, decidieron juntarlas, ordenarlas, y contar su versión. Así nace el Génesis, el primer libro de la Biblia. Un texto que dice algo muy distinto: que el mundo fue creado con intención, con amor y con orden. No por accidente ni por violencia, sino por un Dios que quiso que existiéramos.

Sí, hoy sabemos que el universo tiene miles de millones de años, y que hubo un proceso largo llamado evolución. Pero eso no hace menos valiosa la historia del Génesis. Porque no se trata de ciencia, sino de sentido. El mensaje es otro: tú no estás aquí por casualidad. Hay propósito en tu existencia.

Y cuando miras el universo con calma, empiezas a notarlo. La Tierra está justo a la distancia correcta del Sol. Las leyes físicas funcionan con una precisión asombrosa. Y la vida, aunque compleja, florece. ¿Realmente todo esto es puro azar? ¿O hay algo —o alguien— detrás de todo esto, guiando el proceso?

En la Biblia, hay momentos donde Dios parece intervenir de forma muy directa: plagas, mares que se abren, voces que se escuchan desde el cielo. Pero si uno mira con más atención, muchas de esas historias también tenían un mensaje político o espiritual para el momento. Por ejemplo, el diluvio no fue una idea original de los hebreos. Ya existía en otras culturas, como la de Mesopotamia, en la famosa Epopeya de Gilgamesh. Lo que hicieron los israelitas fue contar esa historia con un giro: Dios no destruye por rabia, sino para volver a empezar con justicia.

Y así también cambiaron otra gran idea: pasaron de creer en varios dioses, como era común en esa región, a seguir solo a uno, Yahvé. Y no es cualquier dios, sino uno que no nace del conflicto, sino que actúa con intención. Curiosamente, la Biblia misma dice que Yahvé era conocido en Edom, un país vecino. ¡Hasta hay un personaje llamado Obed-Edom, que tenía el arca de Dios en su casa! O sea, al principio, el pueblo de Israel no era tan “monoteísta puro” como nos contaron. Fue un proceso, una evolución espiritual también.

Pero lo más interesante no es solo lo que pasó en el Antiguo Testamento, sino lo que ocurrió siglos después. Jesús aparece, vive, enseña, y muere crucificado. Esa parte no se discute: hasta los historiadores no cristianos lo reconocen. Lo que cambia todo es lo que viene después. Más de 500 personas dijeron haberlo visto vivo tras su muerte. Y los que antes huían con miedo —algunos literalmente desnudos del susto— ahora salían con valor a predicar que Jesús estaba vivo. Algo los transformó.

Y no fue fama ni dinero, porque lo que recibieron fue persecución y muerte. Nadie arriesga la vida por algo que sabe que es mentira.

Además, en una cultura tan machista como la del siglo I, si los discípulos hubieran querido inventar una historia para hacerla creíble, no habrían puesto a mujeres como las primeras testigos. Y sin embargo, ahí están ellas, al frente del relato. Porque no estaban inventando algo: estaban contando lo que vieron, sin importar si era incómodo o mal visto.

¿Y qué hacemos con las diferencias entre los Evangelios? Lejos de hacerlos menos creíbles, los hace más humanos. Si todos dijeran exactamente lo mismo, sonarían a guión ensayado. Pero cada uno cuenta lo que vivió o le contaron, desde su mirada. Eso no suena a conspiración. Suena a experiencia real.

Y cuando vemos la cantidad de manuscritos antiguos del Nuevo Testamento —más de 25.000 en distintas lenguas—, es claro que este mensaje fue copiado, compartido, y guardado como algo precioso. Comparado con otras obras clásicas como La Ilíada, que tiene solo unos 1.800 manuscritos, el mensaje cristiano está increíblemente bien preservado.

Entonces, sí: algo pasó. Y muchos creen que eso fue la intervención más poderosa de Dios en la historia. No una explosión ni un trueno, sino una tumba vacía. Una historia que cambió vidas, y que sigue haciéndolo.